jueves, 31 de enero de 2013

Muere autor del “Canto al Orinoco”




21 de mayo de 1955.  Andrés Eloy Blanco, autor del “Canto al Orinoco” o “Río de las siete estrellas” murió trágicamente en México, donde se hallaba exiliado. Había estado en Ciudad Bolívar el 7 de  noviembre de 1927 cuando vino  con motivo del primer aniversario del Centro Guayana Lírica, movimiento artístico-literario que presidía el médico y poeta J. M. Agosto Méndez.
            El poeta llegó en barco de la Venezolana de Navegación y a bordo escribió su poema. Al siguiente día visitó el Liceo Andrés Bello y por la noche se abrieron las puertas del Teatro Bolívar para la velada artístico-literaria que comenzó con la Obertura de la Caballería Rusticana, de T. Mascagni, ejecutada por jóvenes músicos de la ciudad. Luego el poeta Andrés Eloy Blanco habló sobre “El mar de la guayanesa” cerrándose la primera parte con la lectura del fragmento del drama “La mujer de la trenza morada”.
            La orquesta típica interpretó en el intermedio el vals Brunilda, luego en la segunda parte, un trío de violín, flauta y piano ejecutó la Serenata de Tite seguida de la escenificación del poema de AEB “El Huerto de la Epopeya” en la que actuaron las señoritas María Dolores Guevara (Francia), Teotiste Monserrate (Venezuela), Isabelita Aristeguieta (Colombia), Trina Monserrate (Ecuador), María Luisa Carvajal (Perú), Elena Vautrai (Bolivia), María Liccioni (Dama de la Cruz Roja) y la niña Linda Aristeguieta (Heraldo).
El doctor J. M. Agosto Méndez, a nombre del Centro Guayana Lírica bajo su presidencia, impuso una medalla de oro al distinguido visitante al tiempo que la orquesta irrumpía con “Galopp” en do mayor, de R. Maitra, para concluir la velada con “El Río de las Siete Estrellas” (Canto al Orinoco) en la voz de su propio autor.
            El poeta que recién había cumplido los 31 años inicia su canto al Río Padre con una invocación al Dios de las Aguas antes de emprender el viaje que se ha propuesto hacia la gota de agua. Porque para el poeta el Orinoco “es una gota, apenas, como el ojo de un pájaro” que mira desde la torre más alta de esa Catedral del Ministerio que es la sierra del sur. Esa gota de agua salta y trepa por las piedras, juega al remanso y a la rebeldía, se expande hasta hacerse sentir como gota inagotable aun bajo el más severo estiaje. Inagotable y acaso por ello generoso, ya a través de la espléndida mano del Casiquiare que se extiende hasta el Río Negro o de esa otra, más ancha y generosa, todavía, del Delta que se va a la mar.


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