jueves, 14 de marzo de 2013

El Asesinato del prócer bolivarense Tomás de Heres


Tomás de Heres

9 de abril de 1842  Un disparo de arcabuz segó la vida del general Tomás de Heres, angostureño y prócer de la independencia sudamericana.
            Contaba  47 años y se hallaba en su casa natal entre las calles Libertad y Amor Patrio, en amena charla con el Obispo de Trícala, Mariano Talavera y Garcés, cuando una explosión apagó la luz y el cuerpo de Heres  rodó por tierra con el brazo izquierdo desprendido y ensangrentado.
            Se estaba cumpliendo el segundo mandato de Páez y el General Heres,  hombre de confianza, se desempeñaba como Comandante de Armas en Guayana.
            Dos grandes partidos políticos se disputaban el poder en Venezuela.  Los Conservadores que lo detentaban y los Liberales que hacían radical oposición.  Heres en Guayana, por supuesto, era conservador.  Los Liberales o filántropos encabezados localmente por Juan Bautista Dalla Costa (padre) tildaba a los Conservadores de Guayana de “oligarcas” y “antropófagos”.
            Los liberales que agotaron todo un repertorio de calificativos para condenar la administración de Heres y deformar su imagen, protestaron el asesinato a mansalva contra este hombre que por tan apegado a la ley, se le tildó de áspero y austero, pero, al fin,  soldado de la independencia que había luchado al lado de Bolívar y de José de San Martín. Heres se había distinguido como gobernador de la Provincia de Cuenca en el Ecuador, como jefe del Estado Mayor General Libertador, Secretario General de Bolívar, Ministro de Guerra y Marina y Ministro de Estado en el Departamento de Gobierno Exterior del Perú, encargado de negocios de la República de Colombia en Chile, Segundo jefe del ejército del Sur al mando de Sucre, diputado por Guayana en el Congreso de 1830, Presidente de la Diputación Provincial de Guayana en 1831, senador entre los años 33 y 34 y finalmente Jefe de Operaciones del Orinoco y Comandante de Armas de Guayana.  Sus restos descansan en el Panteón Nacional.  Jamás se supo de la mano artera que le segó la vida.

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