29 de octubre de 1618. Sír Walter
Raleigh parecía tener muchos títulos: caballero, gentil hombre, poeta,
filósofo, militar, parlamentario, gobernante, político, en fin, favorito de la
Reina Virgen, pero para los hispanos no era más que un Pirata que merecía morir
decapitado y, en efecto, murió bajo el filo del hacha del verdugo de la
Justicia Real. Pero, tal vez, no haya sido por Pirata, sino porque gastó toda
una fortuna, propia y ajena, incluso, sacrificó vidas, hasta la de su propio
hijo, sin lograr para su Reino las ricas y doradas tierras prometidas de
Guayana.
Han
pasado siglos y la imagen de Raleigh, sigue viva en el espacio que no pudo
conquistar y en la Torre normanda de Londres donde fue ajusticiado por Jacobo
Primero, sucesor de la Reina Isabel, quien fue siempre su virgen protectora.
La
desgracia de Raleigh, quizás, comienza con la muerte de la Reina Virgen en
1603. Desde entonces fue su calvario, pero también su resistencia, su lucha por
sobrevivir y continuar con la empresa que había emprendido. Escribe dos libros
trascendentales. “El descubrimiento del grande, rico y bello imperio de
Guayana” e “Historia del mundo “ en
cuatro tomos.
El
gran aventurero de los mares y navegante intrépido, tejió sueños dorados, sembró esperanzas y dio a
conocer estos horizontes del continente nuevo en alas de la fantasía, alas que
al final se quebraron al tratar infructuosamente de conquistar y colonizar las
tierras norteñas de Virginia y el Valle del Orinoco.
En
una de sus incursiones murió su hijo Wat, enfrentado al Gobernador de Guayana,
Diego Palomeque de Acuña. Luego su lugarteniente, Lorenzo Keymís, iría al
suicidio mientras Raleigh, deprimido, frustrado, retornaba a su tierra donde
bajo la niebla imperecedera lo aguardaba la admonición mortal de Jacobo
Primero.
Antes
de ser decapitado en aras de la paz de Inglaterra con España, a quien el
antiguo Capitán de la Casa Real odiaba en sus predios americanos, escribió este
su epitafio el 29 de octubre de 1618. “Tal
es el tiempo depositario / de nuestra juventud, dicha y demás / y no devuelve
sino tierra y polvo. /El que en la tumba muda y triste /cuando terminó nuestro camino,/ la
historia encierra de la vida nuestra /.De esta tumba, polvo y tierra, / me
librará nuestro señor, según confío.”
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