28 de febrero de 1927. Nació en Caracas el poeta, abogado y cronista oficial de Ciudad Bolívar, José
Eugenio Sánchez Negrón y falleció el 18 de agosto de 1989. Vivió enfrentado a la vida y a la muerte. Sus
obras Los Limos de la Tierra, Los Ruidos del Mundo, Los Humos y las Voces y
Sonetos Reiterativos, traducen ese conflicto existencial: ““Resiste corazón. No te me quiebres, / aguántate del alma como puedas.
/ Si no caes, ni doblas. Si no ruedas. / Yo aguanto sin también yo doblar tus
fiebres”.
Pero
el corazón no le obedeció. Se quebró como un cristal de Baccarat. No hubo quien
le enhebrara el latido. Estaba solo, tirado en el lívido desmayo, sin el dicotómico
señor de cabecera que pudiera atenderle a tiempo el desconcierto de aquella
fibrilación ventricular.
Había
llegado allí por sus propios pasos un jueves 16 de San Esteban. Había venido
acostumbrándose a la muerte a conocer sus hojas, su tronco, sus raíces, que
aquel día no fue asaltado por el miedo. Estaba sereno, según lo sentí por el
hilo telefónico. De haberla presentido, habría ido un día antes a la montaña a
sentarse en una cumbre para aguardar la luz del día y por la noche velar las
estrellas y tocar con su piel la brisa húmeda del Norte. Pero pienso también,
como lo pensó él, en el terror que habría amargado su sangre al ver la Luna
descender en la madrugada.
Porque
el Poeta a esa altura de su vida (62 trancos en el tiempo), se había transformado
en uno de esos seres rayanos en la hipocondría. Le tenía temor y terror a la
muerte. Se moría de miedo de morirse y de allí que esa angustia, esa agonía, se
asimilará en cada momento extásico de su poesía. Experimentaba temor por la
muerte porque amaba desesperadamente la vida, pero nunca pudo amarla sino
padecerla por el mismo temor a la muerte.
“Sonetos
Reiterativos”, su última obra publicada (1975), está dedicada a la vida y a la
muerte, una muerte que pudiera ser de otra forma si no anduviera, como anda,
extraviada entre la vida. Por eso sugiere un lazarillo, a la usanza del ciego.
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