5 de marzo de 1909. El
empresario Ramón Enseñat, instaló en el Teatro Bolívar una planta eléctrica
para la temporada dramática que se iniciaba ese mes. En la ocasión actuó el Conde Alfonso Fatrizio
di Castiglioni.
Para
los bolivarenses acostumbrados a los
faroles públicos y a las lámparas caseras de carburo, aceite o kerosene,
resultaba toda una novedad milagrosa el advenimiento del alumbrado eléctrico,
aunque de manera muy puntual en el templo de Talía. El citadino sabía de la luz eléctrica en
otras ciudades y la conoció por primera vez en mayo de 1905 cuando Cipriano
Castro trajo una para alumbrar por tres días el inmueble de la Aduana donde se
hospedó durante su gira presidencial.
Tanto
fue la novedad y el entusiasmo local que inmediatamente asomó la idea
empresarial de instalar una turbina semejante a la del Encanto en el río Guaire
de Caracas para que los bolivarenses conocieran y disfrutaran de los beneficios
de las modernas tecnologías en este campo de la energía generada por artificios
electromecánicos.
El
9 de junio de 1904 los señores Bartolomé Tomassi, Wenceslao Monserrate Hermoso,
Antonio García Romero y Harold Jennis, excursionaron hacia las afueras de la
ciudad el fin de estimar el potencial hidroeléctrico de la cascada del río
Marcela. Pero parecía muy cuesta arriba
montarse en ese proyecto. Preferible
sería comprar una planta de vapor en Nueva York que al fin fue lo que ocurrió
años después.
Mientras
tanto había que esperar y conformarse con el alumbrado eléctrico temporal del
Teatro Bolívar que, según el comentario callejero y de la prensa, “los
bombillos son de bastante fuerza para la completa claridad del local, prestando
una luz que por su buena distribución no daña la vista, a causa de esa
intermitencia que aun no ha logrado la ciencia impedir por completo”.
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