martes, 14 de agosto de 2012

Decapitado Sir Walter Raleigh


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29 de octubre de 1618. Sír Walter Raleigh parecía tener muchos títulos: caballero, gentil hombre, poeta, filósofo, militar, parlamentario, gobernante, político, en fin, favorito de la Reina Virgen, pero para los hispanos no era más que un Pirata que merecía morir decapitado y, en efecto, murió bajo el filo del hacha del verdugo de la Justicia Real. Pero, tal vez, no haya sido por Pirata, sino porque gastó toda una fortuna, propia y ajena, incluso, sacrificó vidas, hasta la de su propio hijo, sin lograr para su Reino las ricas y doradas tierras prometidas de Guayana.
Han pasado siglos y la imagen de Raleigh, sigue viva en el espacio que no pudo conquistar y en la Torre normanda de Londres donde fue ajusticiado por Jacobo Primero, sucesor de la Reina Isabel, quien fue siempre su virgen protectora.
La desgracia de Raleigh, quizás, comienza con la muerte de la Reina Virgen en 1603. Desde entonces fue su calvario, pero también su resistencia, su lucha por sobrevivir y continuar con la empresa que había emprendido. Escribe dos libros trascendentales. “El descubrimiento del grande, rico y bello imperio de Guayana”  e “Historia del mundo “ en cuatro tomos.
El gran aventurero de los mares y navegante intrépido, tejió  sueños dorados, sembró esperanzas y dio a conocer estos horizontes del continente nuevo en alas de la fantasía, alas que al final se quebraron al tratar infructuosamente de conquistar y colonizar las tierras norteñas de Virginia y el Valle del Orinoco.
En una de sus incursiones murió su hijo Wat, enfrentado al Gobernador de Guayana, Diego Palomeque de Acuña. Luego su lugarteniente, Lorenzo Keymís, iría al suicidio mientras Raleigh, deprimido, frustrado, retornaba a su tierra donde bajo la niebla imperecedera lo aguardaba la admonición mortal de Jacobo Primero.
Antes de ser decapitado en aras de la paz de Inglaterra con España, a quien el antiguo Capitán de la Casa Real odiaba en sus predios americanos, escribió este su epitafio el 29 de octubre de 1618. Tal es el tiempo depositario / de nuestra juventud, dicha y demás / y no devuelve sino tierra y polvo. /El que en la tumba muda y triste  /cuando terminó nuestro camino,/ la historia encierra de la vida nuestra /.De esta tumba, polvo y tierra, / me librará nuestro señor, según confío.”

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