21 de julio de 1773. El Papa Clemente XIV ordenó la disolución de los Jesuitas, orden religiosa fundada en Francia en 1534 por San Ignacio de Loyola. Con rasgos de gran originalidad, la Compañía de Jesús se había extendido sin restricciones por el mundo, gracias a la comprensión de Pablo III, y así pudo establecerse en los llanos colombianos en 1664 de donde extendieron su acción al Orinoco.
Todo iba muy bien hasta que el Rey Carlos II decretó su expulsión de todos sus dominios siguiendo la línea represiva de Portugal en 1759 y de Francia en 1762. La presión de estos países contra la Compañía de Jesús era tanta que el Papa Clemente XIV ordenó su disolución el 21 de Julio de 1773. Para la fecha, Santo Tomás de la Guayana había sido mudado a la Angostura del Orinoco y era gobernada por Manuel Centurión, a quien le tocó personalmente en julio de 1767 trasladarse hasta Carichana para poner en práctica la medida de expulsión.
Los misioneros jesuitas, una vez reunidos, fueron llevados hasta Angostura y de allí reembarcados hacia el puerto de La Guaira a donde llegaron el primero de agosto, fueron alojados en el Convento de los Franciscanos y en marzo del año siguiente emprendieron viaje de regreso a España.
Entre el grupo de jesuitas expulsados de Guayana se hallaba el misionero Felipe Salvador Gillij, quien hizo importantes aportes sobre la Orinoquia del período hispánico y la legua indígena. Fue él quien recogió la leyenda del dios Amalivaca creador del Orinoco según la cosmogonía tamanaca.
El Padre Gillij, de origen italiano, publicó su obra sobre el Orinoco entre 1780 y 1784, y en ella, a pesar de la expulsión de que fueron objeto los misioneros jesuitas del Alto Orinoco, exalta la figura de Manuel Centurión. “El es merecedor de alabanza inmortal”, expresó el misionero (AF)
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