21 de diciembre de 1595,
día consagrado a Santo Tomás, el apóstol de “ver para creer”, don Antonio de
Berrío (nacido en Segovia en 1527) fundó la capital de Guayana, provincia que
había sido tomada con toda la ceremonia tradicional de la época, el 23 de abril
de 1593 por su lugar teniente Domingo de Vera e Irbagoyen.
Con
el nombre onomástico de Santo Tomás de la Guayana, la fundó ocho kilómetro al
oriente de la desembocadura del río Caroní, con diez margariteños que lo
acompañaban y 30 cartagineses enviados bajo la ilusión del dorado por su hijo
Fernando, quien desde la isla de Margarita, gobernada por Pedro Salazar, había
viajado a Nueva Granada con ese fin.
Berrío,
antes de buscar y encontrar el sitio convenientemente estratégico para fundar
la capital de la provincia, había permanecido con los hombres que le facilitó
el gobernador de Margarita, en las
tierras de Morequito, a quien había hecho ejecutar con el Maestre Domingo de
Vera al darse cuenta que el cacique astuto le estaba jugando dos cartas.
Berrío
sabía que con sólo 30 hombres aquella ciudad no sobreviviría y por ello con
antelación tomó la previsión de traer de España unas cuantas familias cuyos
miembros no pasaran de 300, misión ésta encomendada a su lugar-teniente Domingo
de Vera e Irbagoyen, pero de Vera hizo tan bien su trabajo en la península
ibérica que en vez de 300 trajo 2.000 personas, expedición que ha pasado a ser
la más numerosa y tan exagerada como inconveniente dado que no había viviendas
ni alimentos, por lo menos para los primeros meses de asentamientos a partir de
1596 cuando los barcos con su aventurado contingente humano fondearon en la
Isla de Trinidad.
Para
salir del congestionamiento ocioso, el gobernador Antonio de Berrío organizó
una expedición de 300 hombres en busca de El Dorado, pero ésta no fue más allá
del Cerro El Totumo (Upata), donde los doradistas fueron masacrados por las
invadidas como zaheridas tribus del lugar. Solamente 30 sobrevivieron a la gran
matanza, encomendados muy devotamente a la virgen romana Nuestra Señora de las
Nieves, pero enfermos, haraposos, hambrientos y con el alma contra el suelo. El
Gobernador Berrío desolado y todo consternado decayó por aquellos días aciagos
y pronto habría de llegarle la muerte. Falleció en 1597 y dejó la provincia en
manos de su hijo Fernando, menor de
edad, a quien le tocó inaugurar el Siglo XVII.
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