13 de diciembre de 1530,
día de Santa Cecilia, cuatro naves con 600 hombres y 36 caballos a su mando,
zarparon con buen tiempo de Tenerife, Islas Canarias, rumbo a tierras vagamente
conocidas y, por lo tanto, inexploradas, que parecían jurisdiccionales del Río
Marañón, pero fuera de las posesiones del Reino de Portugal.
Luego
de prolongados períodos de calma y tempestades que lo desviaron de la ruta y
disgregaron las naves, avistaron tierra dos grados por encima del paralelo
equinoccial, a los veintiséis días de navegación. Pero no hallaban lugar
adecuado para fondear los barcos y centrar su comando de operaciones hasta que
lo vieron en Paria ya a mediados del mes de marzo de 1531.
Pero
Paria, al igual que Cubagua, era jurisdicción discutible, pues allí Antonio
Sedeño, Gobernador de Trinidad, tenía un Fuerte al mando de Juan González de
Sosa; de todas maneras, Ordaz impuso su fuerza y utilizó al propio Juan
González, al mando de un grupo de sus hombres, para hacer una exploración
previa del estuario. González, no obstante, se aventuró hasta la propia
desembocadura del Caravaca, como los indígenas se referían al Río Caroní. Allí
él y su compañía escucharon por primera vez el nombre de Uayana. Uayana se llamaba
aquellas tierras selvosas avasalladas por inmersos caudales de agua.
Y
si aquellas tierras así se llamaba, sus habitante entonces tenían que ser
guayanos, se dijo para sí Juan González estando aguas abajo de regreso, para
informarle a Diego de Ordaz el resultado de sus exploraciones, pero ese inmenso
río que desembocaba a través de una intrincada red de caños ¿Cómo se llamaba?
¿Cuál era el nombre de ese gran río que el Almirante Colón llegó a confundir
con el Ganges? Más tarde se enterará que el río ostentaba varios nombres según
la topografía de su curso: Uriaparia, desde el estuario hasta la desembocadura
del Caroní; Urinoko o Ibirinoko más adelante y Barraguán en el curso de su
nacimiento.
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