domingo, 24 de junio de 2012

Santo Tomás de la Guayana

21 de diciembre de 1595, día consagrado a Santo Tomás, el apóstol de “ver para creer”, don Antonio de Berrío (nacido en Segovia en 1527) fundó la capital de Guayana, provincia que había sido tomada con toda la ceremonia tradicional de la época, el 23 de abril de 1593 por su lugar teniente Domingo de Vera e Irbagoyen.
            Con el nombre onomástico de Santo Tomás de la Guayana, la fundó ocho kilómetros al oriente de la desembocadura del río Caroní, con diez margariteños que lo acompañaban y 30 cartagineses enviados bajo la ilusión del Dorado por su hijo Fernando, quien desde la isla de Margarita, gobernada por Pedro Salazar, había viajado a Nueva Granada con ese fin.
            Berrío, antes de buscar y encontrar el sitio convenientemente estratégico para fundar la capital de la provincia, había permanecido con los hombres que le facilitó el gobernador  de Margarita, en las tierras de Morequito, a quien había hecho ejecutar con el Maestre Domingo de Vera al darse cuenta que el cacique astuto le estaba jugando dos cartas.
            Berrío sabía que con sólo 30 hombres aquella ciudad no sobreviviría y por ello con antelación tomó la previsión de traer de España unas cuantas familias cuyos miembros no pasaran de 300, misión ésta encomendada a su lugar-teniente Domingo de Vera e Irbagoyen, pero de Vera hizo tan bién su trabajo en la península ibérica que en vez de 300 trajo 2.000 personas, expedición que ha pasado a ser la más numerosa y tan exagerada como inconveniente dado que no había viviendas ni alimentos, por lo menos para los primeros meses de asentamientos a partir de 1596 cuando los barcos con su aventurado contingente humano fondearon en la Isla de Trinidad.
            Para salir del congestionamiento ocioso, el gobernador Antonio de Berrío organizó una expedición de 300 hombres en busca de El Dorado, pero ésta no fue más allá del Cerro El Totumo (Upata), donde los doradistas fueron masacrados por las invadidas como zaheridas tribus del lugar. Solamente 30 sobrevivieron a la gran matanza, encomendados muy devotamente a la virgen romana Nuestra Señora de las Nieves, pero enfermos, haraposos, hambrientos y con el alma contra el suelo. El Gobernador Berrío desolado y todo consternado decayó por aquellos días aciagos y pronto habría de llegarle la muerte. Falleció en 1597 y dejó la provincia en manos de su hijo  Fernando, menor de edad, a quien le tocó inaugurar el Siglo XVII.
           

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