Amarga lección ésta del pasado que nos habla de una violencia
injusta y sin sentido; desbarajuste de pasiones que ante nada se contiene.
Tanto de un bando como de otro emanó la actitud hostil, implacable, que arrasó
con vidas y destruyó obras hermosas. Nadie fue capaz de concebir una fórmula
para enderezar el advenimiento y si a alguien se le ocurrió, inútil intención
fue porque la situación habría de prolongarse quizás hasta estos días en que
una nueva política se esfuerza en su estilo, aunque no en su contenido social,
de amainar la situación.
Embestida fatal de entonces que hoy se recuerda como triste aniversario,
fue la irrupción de grupos armados al salón donde suele reunirse la Asamblea Legislativa del Estado, el mismo salón donde en 1819 Bolívar concibió con trazos firmes la independencia de Venezuela y América y la creación de la Gran Colombia. En aquella tarde del 17 de marzo de 1962, las pasiones políticas habían llegado al clímax de la ofuscación y no se podía discernir lo sagrado de lo materialmente individual.
La Asamblea Legislativa que entonces se reunía en la casa donde se
instaló el Congreso de Angostura, se
prestaba a recibir en su seno a una Comisión del Congreso Nacional para
plantearle asuntos que bien podía ayudar a solucionar, pero grupos interesados
encendidos por el fervor partidario mal dirigido obstaculizaron el acto
perdiendo de vista el ambiente donde iba a desarrollarse. Poseídos de una
ignorancia por los valores sagrados de la historia incurrieron en la injusta
violación del recinto armados de revólveres y cabillas. Obreros y estudiantes
pelearon con las armas a sus alcances y no contentos con la lucha cuerpo a
cuerpo se dieron la tarea de incendiar el salón quemando puertas y
ventanas e irrespetando los oleos de los Próceres de la Independencia. Todavía
el salón conserva vestigios de aquél desmán incontrolado como aldabonazo
perenne en la conciencia de los irresponsables (AF)
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