Soldados y habitantes quedaron bajo su poder y Berrío,
a cambio de respeto para su vida, lo proveyó de todo cuanto Raleigh inquirió
sobre aquellas nuevas e inmensas tierras que se extendían como un paraíso ante
sus ojos y siguió la recomendación de penetrarlas utilizando las lanchas de sus
cuatro navíos.
En carta del Gobernador de Santo Domingo al Rey español Felipe II se informa
que Raleigh remontó el Orinoco hasta las Bocas del Caroní y luego exploró
este último río hasta los saltos y raudales donde se hallaba asentada la
comunidad del cacique Morequito, con la que pudo entenderse e intercambiar
cosas.
Raleigh, después de varios días en tierras de Morequito indagando a través de
interpretes sobre la grandeza, posibilidad y riquezas de la comarca, decidió
retornar a Trinidad donde estaban anclados sus navíos, pero no sin antes
convenir que allí quedaron dos de sus hombres mientras él se llevaba dos
indígenas uayanos a objeto de que cuando volviese las cosas se le
facilitaran.
Ya de vuelta, en Trinidad decidió borrar todo vestigio adverso a la pretensión
imperial inglesa, de manera que San José de Oruña se transformó en ceniza y sus
habitantes decapitados fueron sepultados bajo las ruinas. Raleigh levó anclas y
luego trató inútilmente hacer lo mismo con Cumaná, donde una resistencia feroz
lo obligó a cesar la hostilidad y entregar al prisionero Antonio de Berrío a
cambio de marinos suyos capturados en medio del fragor.
Incursionó con mala fortuna hasta Río Hacha en Colombia y poco después de
regresar a su patria fue encarcelado en la famosa prisión normanda la Torre de
Londres, acusado de conspirar contra su Majestad el Rey Jacobo, sucesor de
Isabel, quien había sido su protectora. (AF)
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