Exactamente
no hemos podido ubicar el lugar de la fotografía. Se nos ocurre barruntar que fue en el
Aeropuerto a finales de los años sesenta cuando estallaron las bombas
diamantíferas de San Salvador de Paúl y de otras zonas del Río Caroní
frecuentadas por el Capitán Guzmán López trasportando mineros en frágiles
aeronaves que cubrían esas rutas de la Gran Sabana.
Al veterano piloto sus colegas lo
apodaron “El Zorro de la Gran Sabana” no
tanto por lo taimado que pudiera ser, sino por la astucia de abrir y encontrar
rutas hacia las inhóspitas e intrincadas selvas donde surgían los campamentos
de buscadores de oro y diamantes.
Al capitán Guzmán López, piloto salido
de la Fuerza Aérea Venezolana, le tocó en tiempos del dictador Marcos Pérez
Jiménez, comandar el DC-3 que abordaron hacia el ostracismo el líder urredista
Jóvito Villalba y los otros directivos de su estado mayor.
Él una vez me contó la historia y
seguramente que también le echó el cuento a su amigo el bachiller Antonio López
Escalona a quien el reportero sorprendió secreteándole en ese ambiente de la
fotografía donde se brinda cerveza en vaso de cartón.
¿Qué le estaría diciendo el Zorro a
“Casita”. “Casita” como llamaban al “Bachi López” desde que así
lo bautizara Leopoldo Sucre Figarella cuando ambos estudiaban en el Colegio La
Milagrosa con los padres paules. Era que
al Bachi no le provocaba en plena clase realizar otra tarea que no fuera la de
dibujar casitas como suelen pintarla los
niños con nubes, sol, jardín y un caminito.
Por supuesto, que en el momento de la
fotografía el Bachi López no pintaba sino que saboreaba con todo deleite una
birra bien fría. Entonces lucía bigote y
remataba caballos aunque su debilidad siempre fue el béisbol junto con su llave
Héctor Cristofini. Hasta una tienda
deportiva montaron ambos en la calle Dalla Costa en el mismo inmueble
abandonado por la Librería Hispana de Requesen.
Guzmán López hace tiempo que no vuela,
la edad le cortó las alas mientras López Escalona continúa bateando en varios
campos y transcurre alerta con su “Ojo Avizor.
¿Avizorando qué? Pues todo cuanto
se le atraviesa en cualquier tertulia, reunión o recepción, bien sea en el
Colegio de Ingenieros donde nunca faltan el poeta y bohemio John Sampson
William y el bolerista Moisés de Lima o en el Club La Cancha , donde Oscar
Pirrongeli domina en dominó junto con Noel Valery o en la
Cruz Roja que el médico Jesús Figueredo
heredó del ingeniero Lino Bossio, una
herencia muy noble donde la sangre en vez de azul es roja sin llegar a
“rojita”.
La imagen revela que la fotografía fue
tomada veinte o treinta años atrás, pues el Capitán aeronáutico Guzmán López
cumplió recientemente ochenta años y el bachi Antonio López Escalona setenta y
pico. Ellos siempre han manifestado que
ni la edad ni la muerte que usa a la edad como anzuelo les mortifica. La muerte
tampoco mortifica al autor de Las Parcas y el Averno. Él no ve a la muerte como algo espectral sino
como algo que está sobreentendido.
Lo que ocurre es que el sentido patético que se le da
a la muerte conlleva al temor, al terror.
Tampoco siente temor por la vida. La vida es buena. Si hay algo que le teme es a la ignorancia, a
la estulticia.
El problema existencial viene dado por el concepto del
supremo bien y del supremo mal. Este es un planteamiento viejo que data desde
Platón, desde los Helenos y dentro de este planteamiento filosófico
contemporáneo se admite que la estulticia es insuperable. Posiblemente, el
único recurso que suponían para superarla era la cultura, pero la cultura viene
vista como un compartimiento de la política y no lo contrario.
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