21 de mayo de 1955. Andrés Eloy Blanco, autor del “Canto al
Orinoco” o “Río de las siete estrellas” murió trágicamente en México, donde se
hallaba exiliado. Había estado en Ciudad Bolívar el 7
de noviembre de 1927 cuando vino con motivo del primer aniversario del Centro
Guayana Lírica, movimiento artístico-literario que presidía el médico y poeta
J. M. Agosto Méndez.
El poeta llegó en barco de la
Venezolana de Navegación y a bordo escribió su poema. Al siguiente día visitó
el Liceo Andrés Bello y por la noche se abrieron las puertas del Teatro Bolívar
para la velada artístico-literaria que comenzó con la Obertura de la Caballería
Rusticana, de T. Mascagni, ejecutada por jóvenes músicos de la ciudad. Luego el
poeta Andrés Eloy Blanco habló sobre “El mar de la guayanesa” cerrándose
la primera parte con la lectura del fragmento del drama “La mujer de la trenza morada”.
La orquesta típica interpretó en el
intermedio el vals Brunilda, luego en la segunda parte, un trío de violín,
flauta y piano ejecutó la Serenata de Tite seguida de la escenificación del
poema de AEB “El Huerto de la Epopeya” en la que actuaron las señoritas María Dolores
Guevara (Francia), Teotiste Monserrate (Venezuela), Isabelita Aristeguieta
(Colombia), Trina Monserrate (Ecuador), María Luisa Carvajal (Perú), Elena
Vautrai (Bolivia), María Liccioni (Dama de la Cruz Roja) y la niña Linda
Aristeguieta (Heraldo).
El
doctor J. M. Agosto Méndez, a nombre del Centro Guayana Lírica bajo su
presidencia, impuso una medalla de oro al distinguido visitante al tiempo que
la orquesta irrumpía con “Galopp” en do mayor, de R. Maitra, para concluir la
velada con “El Río de las Siete Estrellas” (Canto al Orinoco) en la voz de su
propio autor.
El poeta que recién había cumplido
los 31 años inicia su canto al Río Padre con una invocación al Dios de las
Aguas antes de emprender el viaje que se ha propuesto hacia la gota de agua.
Porque para el poeta el Orinoco “es una gota, apenas, como el ojo de un pájaro”
que mira desde la torre más alta de esa Catedral del Ministerio que es la
sierra del sur. Esa gota de agua salta y trepa por las piedras, juega al
remanso y a la rebeldía, se expande hasta hacerse sentir como gota inagotable
aun bajo el más severo estiaje. Inagotable y acaso por ello generoso, ya a
través de la espléndida mano del Casiquiare que se extiende hasta el Río Negro
o de esa otra, más ancha y generosa, todavía, del Delta que se va a la mar.